El Monje que vendió su Ferrari


En contraste con el amigo McGowan, nos ponemos profundos. Sigo dándole a libros de esos que ayudan. Que parece que ayudan. Que puede que ayuden. En este caso uno que nada tiene que ver con duelos y su manejo. En esta ocasión se tratao de uno centrado en una fábula filosófica que, aún contada en lenguaje casi infantil, aspira a modificar comportamientos de manera muy profunda. No entiendo mucho de filosofia oriental. No estoy metido ni en mindfulness, ni en reikis, ni en el pensamiento budista ni en ninguna de esas experiencias tan de moda hoy. Esas cosas me atrajeron en una época de mi vida y supongo que, como a muchos otros, una vez recuperado cierto equilibrio, las dejé de lado. En si mismo, y volviendo al libro, no hay nada malo en la mejora continúa que propone el kaizen. No lo hay en el camino de diamantes. No lo hay en descubrir el verdadero faro y no lo hay en luchador de sumo. No hay nada de malo en buscar el pensamiento positivo. No lo hay en tratar de hacer el bien al otro. Tampoco en buscar una vida con un propósito auténtico y acorde con tus necesidades. En absoluto lo hay en trazar un camino de cierta autoexigencia y disciplina para conseguirlo. En suma, por naïf que parezca todo, estos libros no son sino un compendio de los consejos que de alguna manera les darías a tus propios hijos desde la perspectiva del que cree haber pasado por ahi con anterioridad. El libro me lo regaló mi hija. Imagino que tratando de echar una mano. Espero que esté contenta de verme llegar hasta el final. No se si sere capaz de sentarme cada noche a meditar y seguir el camino del esclarecimiento. No se si podré eliminar esos pensamientos negativos y tampoco se si seré capaz de mejorar mi cuerpo y mente andando cada dia por bosques frondosos en busca de mi yo mas intimo. El caso es que, estoy seguro, no hay nada de malo en ello. Ni siquiera para un escéptico empedernido como yo. Ahora volvamos a lecturas mas ... estándar.

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